Tan temprano era que el mundo aún no se había despertado, ni tan siquiera había empezado a girar, cuando un perezoso dragón abrió un ojo. Apenas fue un presentimiento, más bien una leve impresión así que volvió a dormir por si acaso algo había pasado de verdad. A su lado dormía también un gallardo caballero con la armadura puesta, tan inservible como su espada engarzada con joyas, de tan poco valor que ni empeñarla podía. De nada servían ahora, pues atrás quedaron las batallas que nunca llegó a librar. Y en cuanto a su princesa, tan hermosa era, tan frágil y delicada que cuando el dragón se la comió ni la tuvo que masticar. “Eso no se le hace a un amigo”, le reprochó el caballero. “La próxima te la puedes comer tú”, se defendió el dragón. Pero nunca hubo otra, si acaso algún hada de cuento despistada. Allí se quedaron ambos esperando a que el sol fuese lo suficientemente molesto como para hacerlos buscar un lugar a la sombra donde echar la siesta.
Y realmente algo había pasado. Algo tan insignificante que hizo que todo se removiera y se pusiera patas arriba. Aunque de momento era demasiado temprano para tan grandes cambios.
Un buen rato después apareció por el camino un chándal con sus correspondientes zapatillas, muñequeras, y cinta para el sudor; todo el equipamiento, salvo una persona dentro. La prenda junto con todo su equipamiento se movía impulsado por alguna extraña fuerza. Llegó con un trote suave hasta donde se encontraban los durmientes. Se detuvo en el sitio sin dejar de trotar, observando la estampa. El dragón roncaba de tan plácidamente que dormía. Finas columnas de humo escapaban de sus orificios nasales acompañadas de pequeñas chispas. Por su parte el caballero dormía boca arriba, rascándose su abultada panza con deleite, a la vez que dejaba escapar un hilillo de baba por la boca. Tal vez soñase con algún festín en algún palacio que nunca conoció o con alguna pastorcilla despistada salida de cierto fogoso género. La decisión estaba clara, el chándal, con zapatilla incluida, soltó un enérgico puntapié al caballero (si es que tal cosa era posible, ya que no había pie por ningún lado) Éste se despertó de un salto, sobresaltado y blandiendo la espada. Al ver frente a él a la prenda deportiva trotando enérgicamente en el sitio comprendió lo que pasaba. No es que algo así pasase a menudo, pero tampoco era la primera vez. Mirando de soslayo al chándal, quizás con miedo a contagiarse de su energía y echar a correr, el caballero dio un codazo al dragón en la nariz, haciéndolo tragar la llama que estaba a punto de salir. La enorme bestia abrió los ojos y vio a las dos figuras frente a él. Acababa de confirmar lo que no se atrevió a presentir hacía un rato y maldiciendo su magnífica intuición bostezó para alejar los últimos jirones de sueño que se arremolinaban sobre su cabeza. Lentamente estiró cada músculo de su cuerpo, haciendo que las membranas de sus alas crujiesen por el esfuerzo.
Y así fue como los tres se pusieron en marcha formando una pintoresca estampa; aunque no tanto como las que están por venir.
El chándal lideraba al equipo muy por delante de los demás haciendo marcha. El caballero resoplaba debajo de la armadura que hacía tiempo que le quedaba justa y que chirriaba a cada paso que daba. Y el dragón ya había empezado a oír los acordes de una melodía que todavía no los había alcanzado. Algún tiempo indefinido después, ya que ninguno de ellos llevaba reloj para calcularlo, todos pudieron oírla. Llegó cabalgando sobre un pentagrama una melodía de guitarra bastante simplona y sin terminar. A modo de saludo subió el volumen hasta llegar a su punto más álgido y luego paró de golpe. No era gran cosa, poco más que una escala interpretada con poca precisión; tal vez acompañada de algún otro instrumento, con algo de percusión, podría haber llegado a ser mediocre. Aunque de haber sido así seguramente no se habría llegado a encontrarse con un chándal, un caballero y un dragón.
Así pues, con esta banda sonora, el curioso grupo siguió su marcha. A medida que avanzaban la melodía se iba repitiendo una y otra vez hasta llegar a un punto realmente insufrible, tanto que el dragón no paraba de atizarle con la cola y soltar pequeñas llamaradas que pasaban de largo sin hacerle absolutamente nada. Las notas seguían en el aire como pesados moscardones de verano.
A punto estaba el caballero de perder la cabeza, hastiado por la larga caminata y la eterna música, cuando descubrió esperanzado que acababan de toparse con nuevos acompañantes que tal vez les harían el viaje más ameno con increíbles relatos de aventuras. Sin embrago su alegría se fue aún más rápido de lo que vino al percatarse de que el aire estaba inundado con una empachosa luz y simplones poemas de amor con rima consonante (la asonante es para gente sin talento) Con horror vio que sus nuevos compañeros eran una pareja de enamorados que vivían siempre en su perfecto atardecer de tonos carmesí cuya belleza y perfección, envidiados por el resto de la Creación, sólo podía compararse a la belleza de su amor, al que ni la luz de todas las estrellas juntas podía igualar en ardor. Al ver a la comitiva la joven les pidió acompañarlos y su queridísimo amor por supuesto también se unió, jurando por todo lo que había bajo el firmamento que prefería mil veces clavarse la espada del caballero en el pecho antes que pasar un sólo segundo de vida sin su amada. Ella, con lágrimas en los ojos, prometió que si tal cosa pasaba se arrojaría a las fauces del dragón. A éste le brillaron los ojos de la emoción, pero visto que la cosa sólo quedó en besos y abrazos la oportunidad de una buena comida se perdió en el fondo de su ponzoñoso estómago. Así pues, la pareja se unió al grupo declarando que nada de lo que hubiese pasado ni pasase jamás podría romper su amor eterno. El caballero pensó que la crisma de esos memos era lo que se iba a romper.
Así que de nuevo, el chándal, el caballero, el dragón, la melodía y la pareja de enamorados continuaron su camino para encontrar aquello que había pasado que fue capaz de reunir a semejante caterva en un viaje repleto de respiraciones rítmicas, notas repetitivas, besos y piropos, llamaradas malintencionadas y el rugir de tripas de cierto caballero cuyo nombre no diremos para preservar su anonimato. Y por si esto era poco, nuevos personajes aparecen en el camino. Nada más y nada menos que dos idiomas, como son los idiomas, con su gramática y transcripciones fonéticas. En cuanto vieron al grupo saludaron cortésmente.
– Hello, how are you? -dijo el primero.
– Salut, ça va? -añadió el segundo.
Y poco más que eso era lo que sabían decir. Bueno ya se sabe que la primera impresión es la que cuenta y que duda cabe de que ambos causaban una muy buena con tanta formalidad. Además, al fin y al cabo, si no puedes decir nada amable no digas nada; pues bien está así. A su lado había también unos caracteres chinos trazados con mano temblorosa. Ni siquiera era un idioma como los otros, sólo unos pocos símbolos que no dijeron nada, aunque hicieron una reverencia formal que bastó para que todos entendieran que quería decir “hola, ¿qué tal?”. Así que una vez más todos juntos continuaron su camino hacia aquello que había estropeado tan magnífico día de reflexión onírica al sol y más valía que el barullo de “hello”, “oui”, respiraciones, piropos y notas musicales mereciese la pena.
Y sin duda la pena la mereció porque al llegar al lugar al que tenían que llegar vieron algo como jamás había sido visto. Algo tan innovador y revolucionario que nadie tenía ni idea de qué era. Todos se quedaron plantados en el sitio, incluido el chándal que nunca paraba quieto, observando aquel conjunto de ideas perfectamente dispuestas en orden y presentadas en diapositivas hechas a ordenador, acompañadas de fotos e ilustraciones, que viajaban en un maletín que aparentaba más de lo que era. Esa era la impresión que daba, pero ¿qué era eso exactamente? Fuera lo que fuese parecía un poco confuso así que el caballero le dio un codazo a uno de los idiomas para que fuese a hablar con el recién llegado. Ni corto ni perezoso se le acercó y le dijo:
– Hello, how are you?
El nuevo pareció complacido ante la pregunta y respondió:
– Well, I am… a … plan of…
Todos los presentes lo miraban fijamente así que tragó saliva (a estas alturas no nos vamos a fijar en las leyes de la lógica) y desplegó una diapositiva de presentación. Volvió a comenzar
– Hola a todos los presentes, me alegro de verles hoy aquí. Hoy les hablaremos de…
– ¿Qué ha dicho? -preguntó el caballero lo suficientemente alto.
– Hello, how are you? Yes? -volvió a preguntar el idioma.
El recién llegado se quedó sorprendido, todas las miradas seguían clavadas en él.
– Yo soy un plan de marketing -dijo alzando un poco más la voz.
– ¿Un qué? -preguntó el joven enamorado.
– Un plan de marketing -repitió el dragón
– ¡Qué romántico! -exclamó la enamorada.
La melodía tocó un acorde de interrogación y al dragón le vino una acidez que salió en forma de llamarada. El plan de marketing cada vez estaba más confuso.
– Permitidme aclarar el malentendido. Yo debería estar ahora en una reunión muy importante, explicando los puntos fuertes de nuestra campaña así como la estrategia a seguir. Obviamente me he debido equivocar al tomar la salida, así que si fueran tan amables de indicarme cómo salir de aquí… porque ya llego un poco tarde.
Por primera vez en todo este relato se hizo el silencio, un silencio tan pesado que el plan de marketing notó cómo caía sobre él. Incluso él no sabía qué decir por primera vez en la vida. Sólo pudo preguntar dónde estaba. Todos se miraron entre sí y finalmente el caballero se acercó hasta él.
– Mira amigo, este lugar es el Reino de las Ideas Olvidadas. Aquí vienen a parar todos esos planes e ideas que son abandonados sin que lleguen a buen puerto. El primer amor que parece que nunca se acabará, el ejercicio que se iba a hacer todos los días para estar en forma – al oír esto el chándal se acordó de que debía hacer flexiones- o el instrumento que nunca se llegó a dominar – unos acordes subrayaron las palabras. Por ejemplo nosotros, el dragón y yo, se supone que nuestras hazañas deleitarían a lectores de todas las edades, pero nuestra historia nunca pasó de la primera página y ahora nos pasamos el día durmiendo. Cada cual se las apaña como puede. Por eso hemos venido a buscarte, al principio cuesta un poco hacerse a la idea, pero te acostumbrarás.
El plan de marketing parecía aterrorizado por lo que acababa de oír. Observó lo que tenía a su alrededor.
– ¿Y por qué estáis aquí? -preguntó.
– Cada uno tiene una razón, por pereza, por falta de tiempo, por miedo al fracaso. Lo importante es que ahora tú también estás con nosotros -contestó el caballero.
El plan de marketing repasó sus notas una a una, las diapositivas, los puntos fuertes que tenía remarcados y llegó a una conclusión.
– Esto sólo puede tratarse de un error, no hay ninguna razón lógica para que yo haya sido descartado. Yo iba a ser lo más revolucionario que se ha visto en mucho tiempo. Una idea simple capaz de hacer ganar mucho dinero. Sin duda esto es un error.
Se quedó pensativo por un momento, miró a los demás y trató de volver a hablar pero no encontró ni las palabras ni las diapositivas adecuadas. Todos los observaban en silencio, pero tras unos momentos sin que pasase nada la música volvió a sonar repetitivamente, los enamorados ya solo tenían ojos el uno para el otro y el chándal se puso a correr en círculos.
– Bueno, tal vez deberíamos irnos -dijo el caballero dando media vuelta para marcharse.
– Un momento -dijo el plan de marketing- tengo una idea para salir de aquí. Precisamente para eso fui creado, para aportar soluciones y buscar salidas. Lo que debemos es hacer es… un segundo… sí, ya lo tengo…
– Mira -interrumpió el caballero- no hay forma de salir de aquí, ya lo hemos intentado. Nuestras aventuras tenían que ser mundialmente conocidas. Teníamos castillos que conquistar, enemigos a los que vencer y princesas que rescatar.
Al oír lo de las princesas el dragón se relamió.
– Pero no hubo nada que hacer ¿sabes por qué? Porque este reino está gobernado por el miedo y la pereza y ambos son gobernadores crueles. No dejarán que nos vayamos.
– ¿Y es mejor quedarnos aquí abandonados sin ni siquiera intentar algo? ¿Y si a las ideas no nos gustasen nuestros creadores y los abandonásemos sin mas? Nunca se habría creado nada. Yo no pienso rendirme, voy a hacer lo imposible por salir de aquí.
El caballero le pasó la mano por el hombro y los dos se encaminaron hacia los demás que también se pusieron en marcha.
– Hazme caso, no le des más vueltas, lo mejor es buscarse un buen sitio donde echarse una siesta; nosotros te enseñaremos unos cuantos.
Mientras se alejaban, el plan de marketing seguía protestando por su nueva situación, aunque ya nadie le hacía mucho caso.
Algún tiempo pasó y cada cual volvió a sus quehaceres, los enamorados a sus amores, el chándal a su deporte y el caballero a sus siestas y sus sueños con princesas. Todo volvía a ser normal, o casi. El último habitante de este particular reino seguía sin estar conforme con su nueva residencia. Incapaz de seguir el consejo del veterano caballero, el plan de marketing seguía empeñado en salir de allí a cualquier precio. Durante todo el día se dedicaba a repasar sus diapositivas y su speech, reordenaba ideas y conceptos, los cambiaba de orden y al final los volvía a dejar en su sitio. Un día el caballero, harto de oír los murmullos y de los incansables paseos en círculo que lo impedían dormir le sugirió que se relacionase un poco con los demás; que hablase con ellos y así tal vez le acabaría gustando el sitio. Este inocente acto de buen vecino acabó empeorando la situación mas que mejorándola, ya que en efecto, el plan de marketing habló con los demás.
Y al igual que el dragón fue el primero en despertarse en esta historia, también fue el primero en recibir la visita de este pertinaz personaje. Prudentemente esperó a que se levantase por su propia voluntad y cuando ya estaba seguro de que estaba bien despierto se dirigió a él:
– Hola querido vecino. He estado observándote y creo que puedo ayudarte a mejorar tu imagen. Me he fijado en que no tienes muchos amigos por aquí, tal vez sea por tu tendencia a… digamos… devorar todo lo que se mueve.
El dragón entrecerró los ojos valorando la opción de darle la razón comiéndoselo para desayunar, pero no le pareció muy apetitoso. Simplemente exhaló una fina columna de humo por los orificios nasales. El plan de marketing lo observó subir y alejarse.
– ¿Ves? Esa es una de las cosas que deberías cambiar. Con tus emisiones de gases contribuyes al calentamiento global. Mira, te he hecho un gráfico – desplegó un gráfico con colores que ilustraba lo que quería decir- La gente está muy concienciada con la ecología y tú deberías hacer lo mismo y poner de tu parte. Recuerda que el cambio que necesitamos debe empezar en cada uno. Otra cosa que deberías evitar es fomentar tu imagen de avaro; se muy bien que acumulas una gran cantidad de joyas en una cueva secreta. Está bien, tener un buen colchón para el futuro está genial, además el oro es un valor estable muy recomendable, peeero, sería mucho mejor si lo tuvieses en una cuenta a plazo fijo con una buena rentabilidad. Hoy en día no se sabe y las cuevas no son lugares seguros para los ahorros.
El dragón estaba tan aturullado por la cháchara del plan de marketing que no era capaz de hacer ni decir nada, por lo que su interlocutor continuó.
– Pero sin duda debes trabajar el tema de las comidas. Elige una dieta sana y variada, olvídate de comer gente ya que sólo empeorará tu colesterol. Puede que ahora no lo creas necesario, pero a la larga puede llegar a ser un problema. Además tus digestiones serán más ligeras y te despertarás de mejor humor. ¿Alguna pregunta?
El dragón seguía sin poder contestar, nunca le habían hecho una crítica tan profunda. Complacido, el plan de marketing se alejó con la satisfacción de haber ayudado a su primer vecino. Cuando el caballero volvió con abundante no comida no podía entender por qué su compañero sólo quería lechugas y manzanas, despreciando tajantemente un rico cerdo que le había traído.
Otro día salió a correr con el chándal, o más bien a tratar de seguirle el ritmo. A duras penas conseguía coger aire para hablar entre jadeos.
– Me he fijado y veo que no usas el equipo adecuado. Usas unas deportivas de pronador, aunque tú eres supinador obviamente. Si usases el calzado adecuado mejorarías tu rendimiento.
El chándal se detuvo en seco y se miró las deportivas; no veía qué estaba mal. El plan de marketing aprovechó para coger otra buena bocanada y continuó.
– Además te convendría usar algún aparato que cuente tus pasos y controle el ritmo cardíaco, estas cosas no se pueden tomar a la ligera. Hazme caso amigo, conseguirás mejores resultados. Y sabes, ahora que lo pienso, yo tampoco llevo el equipo adecuado, lo mejor será que me marche antes de que acabe lesionado.
Y así el plan de marketing se marchó, dejando al chándal pensativo y contrariado; tanto que decidió seguir andando con paso tranquilo, no fuera a ser que de pronto le diera un infarto.
De este modo el plan de marketing continuó haciendo aquello para lo que fue creado, ayudar a conseguir el objetivo de sus clientes y satisfacer sus necesidades. Tal vez algún día llegue a mejorarlos de tal forma que por fin puedan abandonar el Reino de las Ideas Olvidadas.