Moshi, moshi

De niña me ocurrió el hecho más asombroso de cuantos puede haber. No podía creer lo que descubrí al otro lado de la línea cuando hice aquella llamada telefónica. Los chirridos y pitidos no dejaban lugar a dudas. No sabía cómo había podido pasar, pero un robot, procedente de alguna extraña y lejana galaxia, o quizá huido de algún laboratorio,  estaba tratando de establecer una comunicación con la raza humana, personalizada en este caso en mí. Traté de buscarle lógica a aquel conjunto de sonidos, pero fue inútil. El robot no paraba de hablar en su extraño lenguaje y yo conseguía hacerme entender. Aceptando mi derrota, decidí colgar, con la esperanza de que aquel robot lograse dar con alguien capaz de ayudarlo. Aquella noche no puede dormir, tratando aún de descifrar aquel intento de comunicación. Algunos años después descubrí la verdad, no era un robot, sino un fax. Aquel mismo día descubrí que no hay robots al otro lado del teléfono, dejé de ser una niña para siempre y decidí dedicarme al trabajo más aburrido y donde menos imaginación hiciese falta. Este trabajo es …