He quemado todos mis puentes, así no podré volver atrás.
No he dejado nada tras de mí, no quiero tener un lugar al que regresar.
Ahora sólo se puede seguir hacia adelante. Ya no me puedo arrepentir.
Moshi, moshi
De niña me ocurrió el hecho más asombroso de cuantos puede haber. No podía creer lo que descubrí al otro lado de la línea cuando hice aquella llamada telefónica. Los chirridos y pitidos no dejaban lugar a dudas. No sabía cómo había podido pasar, pero un robot, procedente de alguna extraña y lejana galaxia, o quizá huido de algún laboratorio, estaba tratando de establecer una comunicación con la raza humana, personalizada en este caso en mí. Traté de buscarle lógica a aquel conjunto de sonidos, pero fue inútil. El robot no paraba de hablar en su extraño lenguaje y yo conseguía hacerme entender. Aceptando mi derrota, decidí colgar, con la esperanza de que aquel robot lograse dar con alguien capaz de ayudarlo. Aquella noche no puede dormir, tratando aún de descifrar aquel intento de comunicación. Algunos años después descubrí la verdad, no era un robot, sino un fax. Aquel mismo día descubrí que no hay robots al otro lado del teléfono, dejé de ser una niña para siempre y decidí dedicarme al trabajo más aburrido y donde menos imaginación hiciese falta. Este trabajo es …
Advertencia
Esta es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es asombroso
Micro
El limpiabotas
Siempre acudía al viejo limpiabotas, más por costumbre que por necesidad. Sus zapatos siempre acababan más sucios de lo que estaban. Su vista ya no era lo que fue, demasiados años de trabajo, desde niño. Los trapos que usaba estaban grasientos y ennegrecidos. El betún nunca quedaba bien extendido. Sin embargo le gustaba oír hablar a aquel hombre sobre las buenas costumbres y cómo los zapatos reflejaban la clase de un hombre. Le gustaba imaginarse a importantes hombres de negocios dedicando un poco de tiempo a cuidar de sus zapatos. Ahora nadie se fija en los zapatos -decía el limpiabotas- pero no se fíe de alguien con los zapatos sucios. Casi siempre volvía a limpiarlos al llegar a casa, pero merecía la pena la charla con el limpiabotas. Además no se podía imaginar como sería la vida del limpiabotas cuando ya a nadie le importase el aspecto de sus zapatos.
Nintendo muffins
El fin del mundo
Más allá de la cortina de nieve no podía ver nada. Al darse la vuelta vio al niño, sobre sus propias huellas, observándola fijamente.
– ¿Qué es esa chatarra que llevas en la carreta? -preguntó ella.
– Son mis tesoros, pedazos de las personas y lugares que he conocido. Siempre las llevo conmigo. ¿Por qué tú no tienes nada?
– Lo he dejado todo atrás.
– Si das un paso más estarás un paso demasiado lejos -dijo el niño- Esto es el fin del mundo.
– Pues no puedo volver.
– Entonces me quedaré contigo un rato y cuando me vaya te daré un pedacito de mí para que puedas volver a empezar.