Hasta ahora siempre había estado conmigo, sin ausentarse ni un momento, velando por mí, con su aureola y su túnica. Si tenía un examen difícil, le rezaba un poco y me ayudaba; en el coche siempre se aseguraba de que llegase al destino. No recuerdo las veces que me habré encomendado a él: para buscar trabajo, antes de una cita, en las intervenciones médicas. Y ahí estaba siempre, con su mirada piadosa y su actitud humilde, para lo que hiciese falta, como uno más. Además siempre me recordaba todo lo que había pendiente, sin falta, nunca olvidaba nada.
Hasta que un día, por primera vez, el Santo se fue. Que se va al cielo, me dice, que acaban de canonizar a no se quién y que claro, que va todo el mundo. Y luego en Navidad, que están de cumpleaños, con los ángeles, que hace un montón que no los ve. Y aquí me quedo yo, que nada me sale y todo se me olvida. Si es que así no se puede, iba a escribir algo, pero ahora no me acuerdo, ya se me ha ido el Santo al cielo.
Una respuesta a «Se me fue el santo al cielo»
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Que agusto se está cuando se va el santo al cielo, es que cada cosa debe estar en su sitío.