Empecé a decir tu nombre una y otra vez, seguido, despacio, sílaba a sílaba para intentar que dejara de tener sentido, para reducirlo a un sonido cualquiera sin significado. Una y otra vez, como una canción que no paras de escuchar hasta que la aborreces. Una y otra vez en voz alta y en voz baja, con mi voz y con otras prestadas, pero al final lo que perdió el significado fui yo.