No estés triste pequeño fantasma

Una fría noche, junto al calor del fuego, una anciana tejía mientras su nieta la observaba. “¿Qué pasa con el dolor de las personas que se van, se lo llevan con ellos, desaparece sin más? ¿Puede algo así desvanecerse como si nunca hubiese existido? -preguntó la niña.

Te contaré un cuento -respondió la abuela-. El dolor de las personas que se marchan para siempre no se va con ellos, lo recoge una anciana, muy pronto, antes de que el dolor se de cuente de que está solo. Lo estruja entre sus manos viejas, lo enreda y lo hace una madeja. Una vez enrollado, el dolor no puede huir, está atrapado en sí mismo.

¿Y para qué sirve una madeja de dolor enredado? -quiso saber la niña.

Con esas madejas, la anciana teje una bufanda, vuelta a vuelta, larga y esponjosa.

¿Quién querría una bufanda así?

Una vez terminada, la anciana le entrega la bufanda a los fantasmas que no se quieren marchar. Así pueden sentir su calidez y saben que no están solos, que también otros sufrieron, pero al igual que el suyo su dolor ya no importa.” La niña se quedó en silencio, observando cómo las viejas pero habilidosas manos de su abuela tejían con soltura.

(Mientras escribía este cuento me acordé del cómic “The Black Holes”, de Borja González. Hay una frase que dice una de las protagonistas que es “no estés triste pequeño cadáver” aunque yo la recordaba como “pequeño fantasma” y resulta que además el título de esta obra en inglés es “A gift for a ghost”. Me ha parecido una casualidad maravillosa porque el cómic me encantó. Dejo la portada en inglés que es preciosa.)

Golems de barro

Miramos el mundo a través de un cristal sucio que lo vuelve feo, pero el barro está en nuestros ojos. No somos más que golems atados a una orden hace tiempo olvidada.

Kintsugi

Verter oro en tus grietas, como arrojar una cerilla para iluminar un abismo. Hay lugares que no admiten luz

La ofrenda y el altar

Antes de ser la ofrenda fui el altar. Y así acabó mezclada la sangre propia y la ajena. Y así se limpió el dolor del mundo.

Domingo

Los domingos vuelven a no ser días, sino una sensación de arena escurriéndose hacia ninguna parte.

Los domingos ya no son días, sino un tedio con arrullos de tórtolas grises.

Los domingos nunca fueron días, sino el aliento contenido de las mechas cerca del fuego.

Futilidad

Eres futilidad escrita en piedra, buscando trascender. Pero olvidas que la arena de la playa también fue una montaña.