¿Por qué lloran las magdalenas?

– Cuéntame un cuento de rábano y pimiento.

– Uy, pero esos ya no se llevan. Mejor te cuento uno de pasteles y meriendas.

Llorar como una magdalena significa llorar mucho o muy seguido, pero ¿por qué lloran las magdalenas? La vida de cualquier postre no es nada fácil; siempre los últimos, esperando a ver si hay sitio para ellos después de la comida, eso en el mejor de los casos, cuando no son ninguneados por simples trozos de fruta. Pero cuando llega su momento sin duda son las estrellas indiscutibles, los que siempre dejan el mejor sabor de boca. En el mundo de la bollería en particular la vida no es más fácil y cada cual tiene su función. A la hora del desayuno el primer puesto corresponde a Monsieur Croissant, quien solo o en compañía siempre sabe complacer a los comensales con sus refinado gusto. Brioches y Napolitanas también son buena compañía. Por la tarde les llega el turno a las Magdalenas, las reinas de la merienda, pomposas y emperifolladas, orgullosas y esponjosas. Aunque a veces su protagonismo se puede ver eclipsado por el encanto de los exóticos pastelillos, de brillantes colores y sabroso interior; o las humildes pastas, puntuales a las 5 y de exquisitos modales. Sin embargo las Señoras Magdalenas saben muy bien como recuperar su trono, con sus recatadas maneras que siempre recuerdan a épocas en las que todo parecía ser mejor.. Además, para que no se diga que lo de la aristocracia es cosa rancia, nuestras nobles amigas han llevado a cabo una ingeniosa campaña de marketing con la que se han ganado el corazón de los más jóvenes y modernos. Una reconversión de aburridos bollos de abuela en sofisticados, “cool” y divertidos “Muffins”. Un cambio de imagen que las ha llevado a cambiar su sobria toquilla de azúcar por extravagantes tocados de varios colores coronados con todo tipo de accesorios. Y por si a alguien se le ocurriese acusarlas de superficiales, estas damas de alta alcurnia no sólo han cambiado por fuera sino por dentro también. Ahora se han enriquecido interiormente con jugosos rellenos, dejando así atrás ciertos comentarios malintencionados acerca de que eran unas secas. Así pues este cambio de imagen, o como se suele decir ahora “restyling”, ha encumbrado a semejantes señoronas directamente al Top 10 de la repostería y, como era de esperar, no hay reunión, fiesta o celebración alguna a la que no estén invitadas estas Lady Muffins. Por supuesto siempre las hay que prefieren quedarse como están y mantener su regio linaje intacto. Para gustos los sabores.

Sin embargo, como dice el dicho: por mucho que la muffin se vista de crema, magdalena se queda. Por mucho que cambien de nombre y se recubran de sabrosas coberturas, nunca dejarán de ser Magdalenas. Y si hay algo que les gusta a las Magdalenas es llorar. Sí, llorar desconsoladas durante un largo rato. Al final acaban con su bonito maquillaje corrido, con chorretones de colores cayendo hacia abajo, manchándoles su bonita tulipa. ¿Y qué drama asola a tan solicitadas damas? Ninguno en particular, para ellas todo es terrible y cualquier momento es bueno para entonar aquel famoso “harina eres y en harina te convertirás”. Ellas quedan a la hora de merendar, engalanadas y deliciosas y entonces se cuentan las historias más tristes del mundo. Éstas son sus preferidas, les gustan oírlas una y otra vez, cada vez como si fuese la primera; y como ya se conocen el final empiezan a llorar desde el principio. Uno de los relatos que más las hacen llorar es el de la “Magdalenita Fea”. Si mal no recuerdo dice así:

Había una vez una bandeja de horno llena de magdalenas recién hechas. Todas esponjosas, todas iguales. Todas menos una. Esta pobrecita no había crecido igual que las demás, su cabeza no era perfecta y redonda como todas. No hay cosa peor para una magdalena que ser rechazada y acabar dura y mohosa en un rincón. Pobre Magdalenita Fea, nada más salir a del molde y ya tener que enfrentarse a tan triste destino. A pesar de los intentos de las Lenguas de Gato por animarla, la pobre solo podía llorar y llorar. En este punto, la Magdalena que cuenta la historia se interrumpe porque no puede contener las lágrimas. “Nosotras tenemos un nombre muy feo y a pesar de eso la gente nos quiere mucho”, decían las buenas Lenguas (de gato aún así) Pero no había consuelo para ella. Mientras las demás lloraban en grupo con sus perfectas cabezas, la Fea tenía que hacerlo sola en un rincón. ¡Qué tristeza! Ya notaba como empezaba a resecarse y el moho le subía por la espalda. Sin embargo algo pasó que la libró de tan temido final. Todas las Magdalenas bien hechas fueron llevadas a la mesa juntitas. Todas ellas mirando por encima del hombro a la que se había quedado sola. Pero para sorpresa de todos, a la Fea le pusieron un precioso manto rosa por encima que adornaron con estrellitas de azúcar. Ahora ella era la más bonita de todas las magdalenas. Colocada en el centro de la bandeja, su trono, era la envidia de todos. Por primera vez todos la miraban con admiración. Naturalmente fue la primera en ser elegida y resultó ser la más deliciosa de todas. Al oír esto las Magdalenas lloran desconsoladas mientras sus bonitas galas se deshacen por las lágrimas.

Y colorín colorado, o mejor dicho glaseado, este cuento se ha acabado. Aunque aún falta por contar la historia que hacía llorar a nuestras queridas Muffins antes de que la Magdalenita Fea hubiese sido horneada. Pero eso ya es otra historia que te contaré si me invitas a desayunar.

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