La culpa es de Cortázar

Sí, su relación con el señor Cortázar nunca fue muy buena y esto fue decisivo en algunas etapas clave de su vida. No es que no le admirase como escritor, claro está, pero es que pese a todos sus intentos no lograba amarlo ni venerarlo y eso le acabó acarreando no pocos problemas.

La cosa está en que ella no era una persona pasional por naturaleza y al parecer las medias tintas con este señor no valen. Lo de los cronopios tampoco es que le pareciese la gran cosa, la gran aspiración, pero por desgracia los cronopios estaban muy presentes a su alrededor. Pero sin duda el problema mayor estaba en esa entidad en si misma que es Rayuela, el libro sagrado de su generación. No es que tuviese ningún problema con la historia propiamente dicha, que le gustó, sino con todo lo que la rodeaba. A ella ese libre albedrío que el autor otorgaba cual deidad literaria para leer su obra le recordaba mucho a aquellos libros infantiles que leía en primaria que te permitían decidir cómo avanzaba la historia yendo a una página u otra. Antes de nada conviene aclarar que sí, ella ya se imaginaba que probablemente los libros infantiles se crearon después, pero ella los había leído mucho antes que el gran libro y lo que de pequeña le producía una excitación inmensa, ya de más mayor no dejaba de resultarle una anécdota simplona, una triquiñuela; qué se le va a hacer así era ella. Además, como ya imaginaba que el señor Cortázar, muy hábil él, habría previsto que casi todo el mundo elegiría para su primera lectura el método “rebelde”, por así decirlo, ella en un alarde de rebeldía aun mayor, lo leyó de la manera más tradicional, toda una declaración de intenciones, un (perdón por la expresión) “que te den”.

Pero claro, al final esta relación tormentosa con el señor Cortázar habría de pagarla. Tal vez por obra y gracia del propio escritor o tal vez por mera casualidad, elijan ustedes, su entorno estaba lleno de cronopios adoradores del autor y claro su actitud más bien fría hacia él provocó una actitud totalmente fría, glaciar incluso, hacia ella por parte de sus compañeros de estudios. Eso derivó lógicamente en un distanciamiento con los mismos, privándola de ese ambiente de sapiencia e ilustración de la que gozan los admiradores profundos del señor Cortázar, ese mundo cultural flagrante reservado sólo a los elegidos.

Por eso cada vez que algo no le salía bien, en cada entrevista de trabajo que no superaba, se acordaba del maldito Julio y se preguntaba si tal vez no le irían mejor las cosas si hubiese leído Rayuela saltando de un capítulo a otro. Toda la culpa la era de Cortázar.

P.D. Esta es una obra de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. Todos los nombres que aparecen en este texto han sido inventados.

2 respuestas a «La culpa es de Cortázar»

  1. Espero que esta entrade no incendie los ánimos de los lectores y que sepan entenderla como lo que es, una tontería, una broma, una obra de ficción para entretener un rato. Tomársela demasiado en serio puede ser perjudicial para la salud.

    1. A las ficciones, como bien sabes, trasladamos parte de nosotros mismos y a mi me da la imprensión de que te muestras como una persona poco convencional, con sensibilidad poco común y soñadora. Hoy tu texto merece más de una lectura y tal parece que va dirigido a quienes están en contra de los seguidores acríticos de lo que pasa en algún momento capaces de rebelarse contra la corriente. Aplicarle los sustantivos de broma o tontería no me parece demasiado adecuado porque, a la par que entretiene, sirve para agudizar la reflexión y debatir sobre esta entrada. Anímate a extenderte más. Gracias.

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