Diciembre.
Tan cerca del fin, tan lejos de todo.
Tan llenos de ausencias, no nos queremos.
Cuentos, relatos y artículos de fantasía
Diciembre.
Tan cerca del fin, tan lejos de todo.
Tan llenos de ausencias, no nos queremos.
No me cansaré de mirar las nubes, que arrastran el lastre de lo ingrávido, que me hacen sentir el peso de todo el cielo, la levedad del suelo.
Honra los huesos que velan por ti.
Recuerda su cara, recuerda su estampa.
Pide que te esperen y te enseñen el camino.
Honra los huesos que velan por ti.
Solo dos cosas nos igualan, nacer y morir.
Buscamos la calma cuando nos cansamos de ser furia.
Pero siempre volvemos a nuestro ser porque no podemos hablar con una voz prestada.
Octubre
Nos despedimos del sol para adentrarnos en la bruma.
Buscamos la calma porque hemos sido furia. Prendemos fuego para renacer de las cenizas.
Volvemos. A la rutina, a los recuerdos, a la añoranza, a la fatiga.
Como vuelven los otoños cuando se van las golondrinas.
Como vuelven las hojas sabiendo que van a caer.
Como vuelven las aguas mansas a su cauce después de haber sido torrente.
Sin que importe.
Me gustas, septiembre, por traernos días cálidos y tardes frescas. Porque eres principio tan cerca del fin. Por las granadas, que decían mis abuelos que si te las comías sin tirar ni un solo grano podías pedir un deseo y yo he desgranado mi suerte en cada intento sin que recuerde ya qué deseos acabaron por el suelo. Me gustas, septiembre, porque eres verano y otoño y a mí también me cuesta decidirme a veces.
Eres la luz que se queda atrapada en los charcos después de la lluvia. El olor del primer día de otoño cuando el cielo presagia tormenta. Las notas de una melodía que no vuelves a escuchar.
Un instante grabado a fuego que no está hecho para durar.
¿Por qué no podemos evitar mirar al cielo y admirarnos con aquello que no nos pertenece? Porque sabemos que aunque lo anhelemos no lo podremos tocar. Por muy alto que subamos, las nubes nunca serán nuestro reino. Y extrañamos lo que nunca hemos tenido.
No siempre podemos ser agua que fluye y se marcha río abajo a convertirse en un mar. A veces somos agua estancada, pasto de ovas y algas muriendo al sol. Pero incluso después de evaporarse, queda una huella, la tierra recuerda su peso, quedando sus heridas abiertas, prueba de que una vez allí hubo agua.