Siempre acudía al viejo limpiabotas, más por costumbre que por necesidad. Sus zapatos siempre acababan más sucios de lo que estaban. Su vista ya no era lo que fue, demasiados años de trabajo, desde niño. Los trapos que usaba estaban grasientos y ennegrecidos. El betún nunca quedaba bien extendido. Sin embargo le gustaba oír hablar a aquel hombre sobre las buenas costumbres y cómo los zapatos reflejaban la clase de un hombre. Le gustaba imaginarse a importantes hombres de negocios dedicando un poco de tiempo a cuidar de sus zapatos. Ahora nadie se fija en los zapatos -decía el limpiabotas- pero no se fíe de alguien con los zapatos sucios. Casi siempre volvía a limpiarlos al llegar a casa, pero merecía la pena la charla con el limpiabotas. Además no se podía imaginar como sería la vida del limpiabotas cuando ya a nadie le importase el aspecto de sus zapatos.