Sembré vientos para cosechar tempestades que se llevasen todo lo feo, todo lo malo.
Sólo conseguí brisas cálidas que evaporaron mis lágrimas y formaron nubes en el salón.
De las nubes cayó una lluvia fina, incapaz de limpiar el suelo y mucho menos un corazón.
Pisé con pies descalzos los charcos que se formaron y las huellas dejaron constancia de mi huida hacia la cocina.
Allí guardo soles en un frasco para alargar las tardes de invierno y estrellas en una caja para contarlas las noches sin luna.
Usé los copos de nieve para enfriar mis pensamientos y guardé la última aurora boreal para cuando lo vea todo negro.